He conocido las sensaciones más extrañas en los tanatorios,
donde nadie es quien es normalmente. Ese juego, medio estudiado-medio
improvisado, que se alza entre rostros fatigados y rotos, que, según haya sido
el final del difunto, sobrellevan mejor o peor. Creo que ese fue mi rostro
cuando te fuiste. Creo que seguía teniendo la sensación de estar en un
velatorio cuando llegaste. No asumí tu necesidad de estar solo después de mí,
ni la asumí yo después de volver a saberme contigo. Quizás, y esta vez es solo
un quizás, estaba más preocupado por el motivo de tu vuelta que por el hecho en
sí. Intenté crear realidades dispersas, autóctonas de todo, intentando no
mencionar nuestro antiguo imaginario. Una especie de ruptura entre tu yéndote y
tú volviendo. Creo, o casi afirmo, que soy incapaz de tejer relaciones con
otros seres humanos sin analizar cada instante la danza que estamos bailando
los dos. Y por eso me sentí en un tanatorio, como si el difunto volviera a la
vida y de repente todo ese protocolo quedará resquebrajado y nadie supiera cómo
reaccionar.
Quiero
saber de ti un poco más, y poco a poco.