divendres, 5 d’abril del 2013
Si la sociedad no está enferma, el enfermo soy yo.
Y después de todo seguimos vivos. Ni todo el hambre del
mundo que no estamos sufriendo, ni todos los huracanes que tampoco han
destruido nuestras casas, después de poder tener todo lo que queramos a pequeña
escala, después de todo seguimos vendiendo nuestra infelicidad. La gran
desdicha de no poder tener más de lo que necesitamos, ni poder tener al alcance
de la mano lo que muchos tampoco van a tener. No vivimos a golpe de pistola,
vivimos a golpes porqué las palabras han recuperado su voz, aunque para muchos
sea una voz muda. Las diferencias se han vuelto extrañas casualidades que nos
llevan aquí, nos llevan a no tener nada que ofrecer excepto lo que somos, lo
que cantamos, lo que escribimos, lo que suspiramos y sobre todo lo que no nos
damos cuenta que se está muriendo alrededor. Y aunque tampoco vivamos en el
mejor de los mundos, no estamos en el peor (aunque parezca que tengamos un afán
insaciable de hacer explotarlo todo). Me he cansado de películas con finales
felices, de que solo podamos entrever lo que algunos nos dejan, que no
resolvamos nada y todo se cubra con otra desgracia. No sé cómo ha acabado
ninguna, ni porqué esto me puede llegar a consumir tan deprisa. Lo sé, soy
consciente de eso, y ni mis evasiones me alejan de mi alrededor, ya no es tan
fácil desconectar, ni poder dejar de pensar. Hay una sobrecarga de información
que no me deja acabar las palabras, que no me deja respirar y las luces de
estas calles solo nos protegen de nosotros mismos, de hacernos preguntas, de
afrontar el miedo a la oscuridad y a la vez nos dan esa sensación de que no
sabemos vivir sin luz. Alguien debería cerrar los ojos, alguien tendría que
callarse y yo, yo sería tan solo un espejismo de alguien. Un tipo que se cruza
un susodicho con nombre y al que no presta más atención que una mirada
decepcionante. Suerte que los espejismos no sienten las miradas, no hacen de
ellas un todo y tampoco tienen más significado que el del susodicho que la
lanza. Lo único que me da pena es ser tan decepcionante para la gente que no
aprecia las pequeñas cosas, siento pena por ellos por no poder abrir sus miras,
por no tener esa capacidad de emocionarse con nada más que su dinero, por no
poder salvar a nadie por más que escriba y lo intente. Quizás el enfermo soy
yo, o quizás solo soy un tipo decepcionado por querer abrir mi mente y solo
encontrar banderas y fronteras que evitan que lo bueno y lo malo de un sitio se
contagie en otro.
dimarts, 2 d’abril del 2013
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